Mi caminar
He trabajado. He luchado. He vivido. He naufragado. Me he perdido entre la multitud. Somos tantos, tantísimos en la danza, que me hago densa, espesa e ínfima. Que crezco y que decrezco.
Me atormentaron –y me atormenté- con una idea irreverente, ilegítima y perversa, qué aporto yo al mundo de la danza. Quién soy yo en el mundo de la danza. ¿Acaso tengo algo diferencial que me identifique sobre los demás? ¿Dónde está mi aporte, mi sentido de autenticidad? ¿Podría considerarse mi elevación, mi levitar cuando me disipo bailando, como algo singular? ¿Es mi oído absoluto y mi precisión rítmica una virtud tan suficiente como para considerarse una entidad en sí misma?
Encontré en la danza un motor para revalorizar mi vida. Una intensidad. Una lucha. Un sacerdocio quizás. Una liturgia estética. En definitiva, encontré en la danza una verdad. La danza ha construido mi vida en una verdad.
Una verdad vida, que brota y que se diluye; que se apaga y que se atormenta; que se debilita y se eterniza… Pero, ¿quién soy, qué hago yo aquí, de qué me sirve el pisar la escena envuelta en suelas de clavos, si no creo en la perversión de la industria, ni en lo insustancial de las producciones rápidas, ni en lo näiff de los clichés escénicos?
Tengo estudios superiores, el conservatorio, he pisado escenarios enormes, he hecho giras internacionales pero claudiqué ante la inquina personal y la vergüenza profesional.
Mi verdad, por sí sola, se yergue. Mi verdad se sostiene, sin avatares, sin trampantojos. Mi danza junto a mi cuerpo es lo elegido para contar mis sentires, para construir las narrativas de mis sueños al hecho escénico. Ese es mi hallazgo, mi encuentro con mi verdad.
Y sí, somos muchos, muchos, muchísimos en el océano de la danza; pero pocos, muy pocos, poquísimos, en la marisma de la verdad, la entrega y la honestidad.
Yo soy Cristina Montalvo.
¿Quién está dispuesto a sufrir tanto por el apasionante viaje a uno mismo?