“Cuando el cuerpo teme y el alma insiste”

Por Cristina Montalvo

(Una carta a mi propia alma)

Hay veces en la vida que una tiene que parar.
Y otras… en las que la vida te para sin previo aviso, de golpe, sin darte tiempo a entender qué está pasando.

Dejas de bailar.
Dejas los escenarios.
Dejas de ser esa que eras.
No porque no quieras… sino porque, a veces, la vida se impone.

Y entonces toca sostener el vacío.
Aceptar que ya no puedes transitar ese sendero.
Y te preguntas si algún día volverás.

Pasan los años.
Pasan cosas que te transforman por dentro.
Y cuando las aguas se calman… sientes que algo te llama.
Que esa parte de ti que quedó dormida nunca se fue del todo.
Solo estaba esperando.

Te calzas los zapatos.
Respiras.
Y entonces lo notas: tu cuerpo ya no es el mismo.
No responde como antes.
Los pies pesan.
El vértigo aparece.
El miedo se sienta contigo.
La voz de la duda empieza a susurrar:
“¿Y si ya no vales? ¿Y si te has quedado atrás? ¿Y si los demás lo ven y tú no lo quieres ver?”

Y es ahí donde empieza la verdadera danza.
La que no se aprende en ninguna clase.
La que no se mide en taconeos perfectos ni en vueltas impecables.

La danza de enfrentarte a ti misma.
De mirar tus miedos de frente.
De abrazar tu fragilidad.
De entender que no se trata de volver a ser quien eras…
sino de descubrir quién eres hoy.

Porque el escenario puede esperar.
El público puede opinar.
Los críticos pueden juzgar.
Pero hay un lugar que no tiene juez ni medida:
el espacio íntimo donde tú te reconoces,
donde tú te habitas,
donde tú te bailas.

Hoy entiendo que mi danza no es la de hace años.
No tiene la rapidez de aquellos pies jóvenes,
ni la flexibilidad de aquella chica que se creía invencible.
Pero tiene otra cosa…
Tiene cicatrices que saben contar historias.
Tiene silencios que pesan más que mil sonidos.
Tiene una mirada que no necesita demostrar, solo entregar.

Y eso… eso también es bailar.

Bailo con mis miedos, con mis dudas, con las fuerzas que a veces flaquean…
pero también bailo con la certeza de que la danza es mi refugio, mi desahogo y mi reencuentro conmigo misma.

Que mientras haya un compás,
mientras haya un latido,
mientras mis pies quieran responder aunque sea con un simple golpe sobre la tierra…
yo seguiré bailando.

Mi danza sigue buscando el escenario,
pero ahora llega desde un lugar más hondo, más honesto, más verdadero.
Donde ya no se trata de demostrar… sino de compartir lo que soy.

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